DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA CONSULTA
DE LA ORDEN ECUESTRE DEL SANTO SEPULCRO DE JERUSALÉN
Sala Clementina
Viernes, 16 de noviembre de 2018
¡Queridos hermanos y hermanas!
Os doy la bienvenida al final de la Consulta de los miembros del Gran Magisterio y de los Lugartenientes de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén. Saludo y doy las gracias al cardenal Edwin O’Brien, Gran Maestro, y al Gran Prior, el obispo Pierbattista Pizzaballa. Saludo a los Miembros del Gran Magisterio, junto con los Lugartenientes de las naciones y de los lugares donde está presente la Orden. Y, con vosotros, saludo a la entera familia de caballeros y damas de todo el mundo. Agradezco a todos vosotros las numerosas actividades espirituales y de caridad que realizáis en beneficio de las poblaciones de Tierra Santa.
Os habéis reunido para los trabajos de la Consulta, la asamblea general que se celebra cada cinco años en la sede de Pedro. Aquí en el Vaticano, estáis, de alguna manera, en casa, ya que constituís una antigua institución pontificia colocada bajo la protección de la Santa Sede. Desde la última Consulta de 2013, la Orden ha crecido en el número de sus miembros, en la expansión geográfica con la creación de nuevas articulaciones periféricas, en la asistencia material que ha ofrecido a la Iglesia en Tierra Santa y en el número de peregrinaciones de vuestros miembros. Agradezco vuestro apoyo a los programas de utilidad pastoral y cultural y os aliento a continuar con vuestro compromiso, al lado del Patriarcado Latino, para hacer frente a la crisis de refugiados que en los últimos cinco años ha llevado a la Iglesia a proporcionar una respuesta humanitaria significativa en toda la región.
Es una buena señal que vuestras iniciativas en el campo de la formación y la asistencia sanitaria estén abiertas a todos, independientemente de las comunidades a las que pertenezcan y de la religión profesada. De esta manera, contribuís a allanar el camino hacia el conocimiento de los valores cristianos, la promoción del diálogo interreligioso, el respeto mutuo y el entendimiento recíproco. En otras palabras, con vuestro compromiso meritorio, también vosotros dais vuestra aportación a la construcción de esa senda que llevará, como todos esperamos, al logro de la paz en la entera región.
Sé que esta semana habéis centrado vuestra atención en el papel de los dirigentes locales, o lugartenientes, presentes en más de treinta naciones y zonas del mundo donde vuestra Orden está activa. Ciertamente, el crecimiento continuo de la Orden depende de vuestro compromiso incesante y siempre renovado. En este sentido, es importante no olvidar que el propósito principal de vuestra Orden radica en el crecimiento espiritual de sus miembros. Por lo tanto, cualquier éxito de vuestras iniciativas no puede prescindir de los programas de formación religiosa apropiados dirigidos a cada caballero y a cada dama, para que consoliden su relación indispensable con el Señor Jesús, especialmente en la oración, en la meditación de las Sagradas Escrituras y en la profundización de la doctrina de la Iglesia. Es sobre todo tarea de vosotros, los dirigentes, ofrecer un ejemplo de vida espiritual intensa y de adhesión concreta al Señor: así podréis prestar un servicio válido de autoridad a aquellos que están sujetos a vosotros.
Por lo que concierne a vuestra misión en el mundo, no olvidéis que no sois un ente filantrópico comprometido con la promoción de la mejora material y social de los destinatarios. Estáis llamados a poner en el centro y como objetivo final de vuestras obras el amor evangélico al prójimo, para testimoniar en todas partes la bondad y el cuidado con que Dios ama a todos. La admisión en vuestra Orden de obispos, sacerdotes y diáconos no es en absoluto una condecoración. Es parte de sus tareas de servicio pastoral ayudar a aquellos que entre vosotros tienen un rol de responsabilidad brindando ocasiones de oración comunitaria y litúrgica en todos los niveles, oportunidades espirituales continuas y catequesis para la formación permanente y para el crecimiento de todos los miembros de la Orden.
Está ante los ojos el mundo —que con demasiada frecuencia dirige su mirada hacia otro lado— la dramática situación de los cristianos que son perseguidos y asesinados en un número cada vez mayor. Además de su martirio de sangre, también existe su “martirio blanco”, como por ejemplo el que tiene lugar en los países democráticos cuando la libertad de religión es limitada. Y este es el martirio blanco diario de la Iglesia en esos lugares. A la labor de ayuda material para las personas tan duramente tratadas, os exhorto a unir siempre la oración, a invocar constantemente a Nuestra Señora, a quien veneráis con el título de “Nuestra Señora de Palestina”. Ella es la Madre amorosa y el Auxilio de los cristianos, para quienes obtiene del Señor la fortaleza y el consuelo en el dolor.
El icono de Nuestra Señora de los Cristianos Perseguidos, que bendeciré dentro de poco y que todos vosotros recibiréis para llevarla a cada una de vuestras Lugartenencias, acompañe vuestro camino Invoquemos juntos la solicitud de María por la Iglesia en Tierra Santa y, más generalmente, en el Medio Oriente, junto con su intercesión especial por aquellos cuya vida y libertad están en peligro. Acompaño vuestra obra preciosa e infatigable con mi bendición, y os pido por favor que recéis por mí. Gracias.